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Pastoras del siglo XXI

Bajo el cielo aborregado de los Altos de Chiapas, decenas de mujeres tzotziles salen alrededor de medio día con un pequeño o gran rebaño de ovejas a pastar por las praderas aledañas a sus poblados, para regresar por las tardes a sus viviendas, contentas de haber cumplido un día más con la responsabilidad que heredaron desde muy pequeñas: preservar la vida de sus borregos.

Desde que nacen, las mujeres en San Juan Chamula están en contacto permanente con sus borregos, a los que tendrán que cuidar y multiplicar como si fueran sus propios hijos, porque las proveen de la lana suficiente para elaborar la ropa de uso diario, la ceremonial y sus artesanías. Hasta que el ritual se repite 10 ó 15 años más tarde con la siguiente generación.

Antes de salir a pastorear, Rosa deja todo listo: el quehacer doméstico, el nixtamal molido, las tortillas y otros alimentos; recoge leña para el fogón y va traer agua al arroyo en un cántaro, para así poder encargarse de sus borregos.

Rosa, embarazada de cinco meses, lleva a todos lados a su hija Imelda de dos años de edad, se la carga a sus espaldas, como si llevara un mecapal con leña, y sale de su vivienda hacia la montaña, arriando una docena de ovejas.

Rosa lleva consigo también siempre su cubeta para dar agua a las ovejas y los implementos para mantenerse cardando, hilando o tejiendo la lana, mientras cuidan a su rebaño, cada oveja amarrada a un lazo de no más de 40 centímetros, sujeto a una estaca clavada al suelo, para permitirles deambular, sin correr ni alejarse demasiado de ellas.

Por lo general, las madres muy jóvenes como Rosa se hacen acompañar de sus pequeñas, que se van incorporando dentro de su contexto de vida. La relación afectiva que se establece con cada una de las ovejas les impide realizar cualquier acto de violencia como sacrificarlas y menos aún comerlas.

La suegra de Rosa, una de las ancianas del pueblo, quien toda su vida ha trabajado intensamente con los borregos, ya no puede andar la montaña tan fácilmente; hoy ayuda a Rosa en los trabajos del hogar, lava, hila, borda, cocina, carga agua y espera la llegada de Pedro y su hijo quienes después de quebrar la tierra y sembrar rábanos y lechugas, regresar por la tarde a comer.

Con los escasos conocimientos que la pequeña Imelda ha adquirido durante sus dos primeros años de vida, jala hacia su madre una de las cuerdas con las que están amarradas las ovejas, para impedir que se dispersen cuando quedan sueltas al salir del corral, aunque en el intento tenga que caer más de una vez por el suelo porque el peso la vence.

Al volver por la tarde, Rosa retira a cada uno de los carneros un bozal, tejido con zacate de Jovel que antes colocó para protegerlos de las hierbas malas y venenosas que se puedan encontrar en el monte, y les quita los lazos para que dentro del corral puedan rumiar con libertad y así termina el día.

Esa intensa relación afectiva con los borregos, es reproducida por cada una de las mujeres de esta Región de Los Altos de Chiapas desde hace más de 500 años, cuando los españoles trajeron para su consumo alimenticio los primeros ovinos a América.

Un animal, que tiene un nombre propio, que proporciona la materia prima para que la pastora teja ropa para toda la familia y al que regaña cuando se porta mal; un animal por el que se reza y lleva ofrendas al templo, no puede ser sacrificado, no es un simple animal doméstico, es más que una mascota, parte de la familia.

06/YH/MR

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