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Los migrantes controlan económicamente a las mujeres

Por Guadalupe Vallejo Mora

El destino de remesas de hasta 300 dólares que reciben las mujeres de San Sebastián Teitipac, Tlacolula, Oaxaca, les deja poco margen de decisión debido a que tienen que «rendir cuentas» a sus parejas, aun cuando éstas se ubiquen en los Estados Unidos. «Los montos y las formas de invertir los recursos los determina él».

Ellas (64.28 por ciento) sólo manejan los dineros chicos, esto es cantidades menores a los 100 dólares quincenales o mensuales. Además deben «pedir permiso» para asistir a una fiesta de la comunidad o bien consultar algún proyecto que van a emprender, lo que les impide transformar las relaciones injustas y de inequidad de género. En cambio sus parejas utilizan la «metodología del goteo»: envían pequeñas cantidades como para acallar su conciencia más que como una responsabilidad de padre y esposo, con lo cual impiden que su pareja obtenga su libertad.

«…Es difícil engañarlos (a los esposos), pues si les decimos que no fuimos a una fiesta ellos luego se enteran, porque alguien de la comunidad llama cuando habla con sus familiares que están allá le platican sobre lo que pasa en el pueblo…también porque casi todos tiene cámara para filmar…y si yo no obedezco, pues, luego él se va a dar cuenta cuando vea el video» (Claudia 38 años).

A estas conclusiones llegó el proyecto de investigación «Migración Masculina y el Papel de las Mujeres en el Manejo de las Remesas y en el Ejercicio del Poder de la Familia», realizado en dicho municipio oaxaqueño, localizado en los valles centrales, cuya población es de mil 755 habitantes, de los cuales 950 son mujeres y 805 varones, y que forma parte del libro Remesas. Milagros y Mucho Más realizan las Mujeres Indígenas y Campesinas, Volumen I, editado por Gimtrap y coordinado por Blanca Suárez y Emma Zapata Martelo.

A decir del autor de la investigación, Lauro Herrera López, en el ayuntamiento se mantiene una visión machista, pues se considera que establecer una relación sexual con una mujer, otorga al varón «derechos exclusivos sobre ella», que se refiere no sólo a su conducta sexual sino a su contacto con otros hombres.

El estudioso destacó que de las 42 jefas y jefes de familia que fueron objeto de la investigación 50 por ciento (21) trabajan en restaurantes; 21.4 por ciento (nueve) se ubican en fábricas; el 16.6 por ciento (siete) trabajan en ranchos; 4.76 (dos) en trabajos agrícolas; 4.76 (dos mujeres) se dedican al aseo de casas; 2.3 (uno) trabaja como mecánico.

Dieciséis familias reciben menos de 100 dólares; cinco, menos de 200 dólares; seis menos de 300 dólares; tres, menos de 400 dólares; siete, menos de 500 dólares; tres menos de 600 dólares, dos hasta 800 dólares. Del total, sólo el 35.71 por ciento (15 familias), puede «disponer» más abiertamente del destino de las remesas, pues de alguna forma consulta con su pareja en qué debe ocuparse esos recursos e incluso «llega a sugerir».

«Mi esposo me envía el dinero, y él me dice cuánto debo guardar para comprar material o para pagarle al albañil. Yo tengo que preguntar en varias tiendas donde venden material los precios, luego cuando me habla por teléfono le digo cuánto vale cada cosa y entonces él me dice dónde debo comprar. Lo mismo hago cuando busco al albañil, le pregunto a uno y otro y él decide quién hará el trabajo (Sara 35 años)».

La suposición básica de la superioridad masculina se apoya en teorías biológicas, naturalistas y esencialistas, que otorgan a las mujeres el papel de «reproductoras, reinas del hogar y sumisas.

«Administrar el dinero chico es administrar un dinero invisible que no deja rastros, porque su destino es ser consumido por las necesidades más perentorias. Las decisiones que se toman sobre él dan poco margen para elegir con autonomía, ya que está destinado a necesidades que deben obligatoriamente ser cubiertas. En cambio el dinero que administran los jefes de familia migrantes es el dinero grande, es el de las inversiones, es un dinero que deja huellas como en el caso de adquisición de material para la casa, compra de terrenos o animales, y otorga seguridad, solvencia y poder».

Las mujeres de San Sebastián, al igual que muchas otras, administran el dinero destinado al consumo cotidiano y al mantenimiento de la estructura familiar, la llamada administración del «dinero chico». Disponer de ese dinero es «administrar un recurso invisible porque su destino es ser consumido por las necesidades más perentorias: alimentación, vestido, educación. El hecho de ser poseedor del control del dinero le otorga al jefe de familia el control del hogar», agrega Herrera.

2005/GV/GM

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