Inicio Las mujeres con el peso de la injusticia, en Tierra Santa

Las mujeres con el peso de la injusticia, en Tierra Santa

Por la Redacción

Los menores y las mujeres son el principal blanco de la presencia militar israelí las áreas palestinas. De un lado, la agresión sionista, del otro la discriminación en un contexto marcado por prejuicios sociales, los cuales provocan que las mujeres experimenten, en particular el peso de toda la injusticia que campea en Tierra Santa.

Sus derechos en segundo término, mientras la guerra marca sus vidas en todos los aspectos, los imaginables y los que no tendrían razón de existir. Es cruel y agota su razón de vida. Si no las matan las balas asesinas, las matan la condición de vida.

«Estoy siempre tensa, porque necesito desesperadamente un lugar propio para mi familia. Hasta un simple cuarto con ratones nos bastaría. Quiero que mis hijos puedan andar por la casa como quieran y jugar libremente con sus juguetes. Estoy tan deprimida que no puedo comer», relata una mujer Palestina de Cisjordania.

El ejército israelí demolió su casa y tuvo que irse al reducido hogar de sus familiares. Al menos un cuarto con ratones le bastaría. Pero la barbarie, la realidad de tantas viviendas derribadas por las tropas sionistas, encarecen tremendamente su sueño.

De este modo, cuando el primer ministro Ariel Sharon se gloria de dar «pasos hacia la paz» con la liberación de 500 presos palestinos, un dato salta a la vista, no hay mujeres entre ellos.

Más de cien mujeres permanecen en cárceles israelíes y unas 30 tienen a sus hijos pequeños consigo. Algunas incluso han dado a luz en la prisión y para tristeza de varias, tras haber sido violadas por soldados judíos.

En aquellos infiernos, las más atroces vejaciones suelen acompañar al cautiverio, desde sentar a las reclusas «rebeldes» atadas en posiciones incomodas, hasta hacerles callar cualquier reclamo empleando gases lacrimógenos, al mejor estilo de una protesta callejera.

Desde luego, no faltan testimonios de torturas, como el de una maestra de Jerusalén oriental. «Les daba clases a los niños y enseñaba en casas particulares», narró su prima, Libia Ishtay de Abdel Rahim, pero la descubrieron, la metieron presa, le arrancaron las uñas y los dientes, la quemaron y golpearon. Hoy tiene cáncer en la piel por las mismas lesiones. No se casó por vergüenza, por ver el estado en que estaba.

En el interior de la sociedad palestina, la mujer enfrenta el desafío de hacer valer su igualdad. Si bien el arresto o el asesinato del esposo, el hermano o el padre, han hecho que ella asuma labores fuera del hogar para ganar el sustento diario, su subordinación al hombre, por lo general bajo los códigos del Islam, continua lastrando su desarrollo como persona.

Ejemplo de ello es que, en algunos casos, se le impide proseguir estudios y se le obliga a casarse tempranamente (aunque son muchas mas las jóvenes palestinas egresadas de universidades árabes y de otras partes del mundo).

Asimismo, un informe de la policía palestina indica que durante 2004, sólo en la Franja de Gaza, 31 mujeres fueron asesinadas por sus propios familiares por «cuestiones de honor», entre ellas, haber «permitido» ser violadas por parientes.

El homicidio o en el mejor de los casos, el aislamiento, puede ser además la pena para aquellas que han sido abusadas sexualmente por militares israelíes.

Hoy, con el cese de la ocupación sionista como prioridad fundamental, la lucha por los derechos de las mujeres palestinas pasó a un segundo plano.

Pese a que ella que cuida a sus hijos, sana al herido de bala, anima y se suma a los que boicotean la construcción el muro del apartheid en Cisjordania, ha demostrado no estar a la zaga de su compañero.

Y la convicción de que luchar por derechos inherentes al ser humano es cosa del presente, no sólo del futuro en un Estado Palestino independiente, puede adelantar más que entorpecer el objetivo común, la libertad.

2005/PL/SJ

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