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El viento apagó las velas, el canto devolvió la luz

Por Soledad Jarquín Edgar

La marcha del silencio reivindica la dignidad sobre cada rostro; cada ser humano adquiere su nombre, lo retoma, lo transforma, Y rompe silencios, barreras que parecen invencibles.

Nada se pertenece. Discriminación, estigma y abandono son silencio profundos, como el que interpreta la marcha. El camino del VIH/Sida podría ser corto y, sin embargo, las cifras son una larga cadena de vidas, de respiraciones que cesaron, de ritmos cardiacos interrumpidos…

Dejaron de tener nombre, dejaron de ser parte. No tienen rostros. Muchos olvidos cruzan las avenidas, las calles, e interrumpen el tráfico de una noche complicada, por momentos llena de ruidos.

Lo real es que son una cifra; algunos nombres se recuerdan, sólo algunos, porque suman mil 873 los nombres que prefirieron olvidarse. Otros los recuerdan en silencio. Decir sus nombres es peligroso, conlleva prejuicios: mejor el silencio…

Vestidos de blanco, las y los integrantes del Frente Nacional de Personas que Viven con VIH-SIDA (Frenpavi) caminan a paso lento. Las veladoras se encienden a cada momento; el viento, la respiración, todo las apaga, pero nadie se cansa de volver a encenderlas.

La gente mira la columna vestida de blanco. Siglo XXI y todavía hay quienes siguen admirando con morbo su paso y se preguntan «¿por qué los gay se visten de mujeres?» Olvidan el sentido real que ese grupo de hombres y mujeres busca en las calles: recordar, arrancar el olvido, la indiferencia.

Es un acto solemne, lleno de luces que el viento en su necedad apaga… de pronto una voz enciende los corazones, da luz; es Georgina Meneses, quien extiende sus alas para abrigar la tristeza, la que evoca a las almas que se han marchado y les agradece su existencia, su paso por la tierra, lo que dejaron, lo que se llevaron.

Un avión cruza el cielo oscuro de Oaxaca; ha comprendido desde lo alto el tamaño de la ceremonia y pasa en silencio. Nadie lo nota. El viento mueve los laureles de la Alameda de León. La catedral se ha quedado muda, como los curiosos que insisten en detenerse, en mirar sin participar.

Sólo le pido a Dios, Razón de vivir, Sobreviviendo y el himno oaxaqueño, Dios nunca muere, rompen el ritmo de la noche.

Hombres y mujeres con VIH-SIDA se hicieron una y uno solo, abrazados en una columna de vida para pedirle a Dios, como León Gieco «que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente».

Algunas lágrimas humedecen el ambiente. Son el recuerdo por las amigas, los amigos, las hijas, los hijos, los padres y las madres que ya no estarán nunca más, las y los que se habían marchado vueltos a la memoria -como lo escribió Víctor Heredia y como se oyó en la voz de Georgina Meneses- «para continuar caminando al Sol, por estos desiertos, para recalcar que estoy viva en medio de tantos muertos».

Hubo más emoción: a la memoria de cada uno y cada una volvía la figura de arena hecha por artesanos oaxaqueños con VIH-Sida, quienes también estaban oyendo, no muy lejos, sosteniendo la respiración para no ser vistos; incluso sobreviviendo…

Porque cada granito de arena era ese poema escrito más de mil veces: «en él repito siempre que mientras alguien proponga muerte y se fabriquen armas para la guerra (la ignorancia, el estigma o la discriminación) yo pisaré estos campos sobreviviendo», repite Georgina Meneses cantando a uno de sus compositores favoritos, Víctor Heredia.

Las lágrimas, la emoción, el viento, el silencio de un avión sobre el cielo de la noche de jueves, la fortaleza de la cantera, la fuerza desmedida de cada una y cada uno de los integrantes del Frenpavi, la ausencia de reporteros gráficos -un silencio más para la noche- todo, todo se rompe de pronto…

Dios nunca muere, el himno de Oaxaca escrito por Macedonio Alcalá, en la voz de Georgina, devolvió la esperanza, pues «…no importa saber que voy a tener el mismo final (de morir como el sol en los montes, con la luz que agoniza) porque me queda el consuelo que Dios nunca morirá… (pues) todo aquel que llega a morir, empieza a vivir una eternidad».

El viento necio sigue apagando las velas; la voz de Georgina, la letra de Macedonio Alcalá y el recuerdo de las y los que se han ido encienden la esperanza y le devuelven el ritmo a una ciudad que por un momento se detuvo a mirar…

05/SJE/YT

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