La seducción y el convencimiento suelen ser las vías más utilizadas por quienes abusan sexualmente de menores de edad y adolescentes, según confirma un estudio realizado aquí. Estos métodos son posibles porque los abusadores, en general, son personas cercanas a las víctimas.
El poco empleo de métodos cruentos por parte de los autores que practican ese tipo de actos se explica, en gran medida, porque se trata de personas cercanas, con alguna proximidad a sus víctimas, indican Iliana Rondón y Aquilino Santiago, especialistas del Instituto de Medicina Legal.
Esa relación previa hace que «la niña y el niño tengan determinado grado de confianza y acepte el acercamiento del agresor sin recelos», señalan los expertos en su estudio Perfil actual del abuso sexual contra menores de 16 años que acaba de publicar la revista Sexología y Sociedad que edita el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX).
Luego de estudiar 246 expedientes abiertos en 2001 a partir de denuncias de maltrato sexual en menores de 16 años de edad, ambos investigadores establecieron y actualizaron los rasgos generales y perfil de esos actos contra menores, una exploración que da continuidad a otra similar emprendida hace unos diez años.
Como rasgos de continuidad en el tiempo, señalan que el delito predominante es el de abuso lascivo, presente en el 69. 9 por ciento de los casos, y que más de la mitad de las víctimas se ubica entre los 11 y los 15 años de edad, según difunde el Servicio de Noticias de la Mujer (SEM)
Al igual que en el perfil establecido hace 10 años, la mayor parte de los menores abusados sexualmente son del sexo femenino (75 por ciento) y también la mayoría de los agresores (88 por ciento) conocía a su víctima y ejecutó esos actos en la casa del propio niño o niña, en la suya o en la de ambos.
En opinión de los autores, la mayor concentración de víctimas en la adolescencia temprana puede asociarse con un mayor desarrollo físico de los caracteres sexuales secundarios y el inicio de cierta autonomía. Pero también al hecho de que «el desarrollo intelectual y emocional aún está por completarse y los adultos constituyen importantes figuras de poder», añaden.
Los resultados del estudio echan por tierra, una vez más, el viejo mito de que los menores no deben acercarse demasiado ni dar excesiva confianza a las personas extrañas, aunque tampoco se trata de un mal consejo. «Por lo general, se educa a los niños y las niñas en el supuesto de que eviten el contacto con personas desconocidas, y los datos estadísticos revelan resultados totalmente contrarios».
Además de tratarse, en la gran mayoría, de adultos conocidos y hasta merecedores de la confianza de la familia del menor, los autores del abuso, en el 23 por ciento de los casos estudiados, vivían bajo el mismo techo que sus víctimas.
Al estudiar los factores que propician este tipo de hechos, los especialistas mencionan la indolencia, la ignorancia o aceptación familiar ante patrones de conducta inadecuados, así como la falta de afecto. «El victimario escoge la situación propicia para seducir; más que escogerla, la calcula y se aprovecha de la carencia de afecto que tienen estos menores», señalan.
El entorno familiar se torna entonces un elemento clave. Sólo cerca de la tercera parte del universo estudiado correspondió a un ambiente adecuado, mientras el 69.1 por ciento se trató de familias consideradas disfuncionales en diferentes grados, con déficit afectivos, estructurales, educacionales o económicos que, «al combinarse de manera peculiar, hacen a las niñas, los niños y adolescentes particularmente vulnerables», apuntan Rondón y Santiago.
Como generalidad, los autores del estudio consideran como más probable la victimización sexual a menores cuyos patrones familiares se asocian a la violencia, la toxicomanía, la ausencia física o emocional de los padres y la inestabilidad en los métodos educativos.
Según los expertos, la complejidad y la forma en que ocurre el abuso sexual infantil demanda la intervención oportuna y preventiva, ya que a partir del propio hecho de la victimización, las personas dañadas pueden reproducir conductas similares en la adultez o transmitirlas a otras generaciones.
Esto puede evitarse en gran medida si el menor o la menor puede hablar de lo que le ha sucedido, por ejemplo, con una terapeuta, de manera de que no se sienta culpable y no exprese su dolor con actos contra otras personas.
2004/GV/SM