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Las lealtades de Rosario Robles

Por Eduardo Ibarra Aguirre

Llegó a la presidencia del Partido de la Revolución Democrática, hace 18 meses con el apoyo de Cuauhtémoc Cárdenas –bajo la cobertura de la corriente conocida como la Rosca– y renunció al cargo por la abundancia de fuego amigo, su indisposición a ser rehén y ajena a la simulación, pero eso sí refrendando «mi lealtad y mi afecto» al ingeniero.

Suena auténtico y hasta políticamente pertinente el alegato de Rosario Robles ante el Consejo Nacional de su partido para presentar su sorpresiva renuncia, el sábado 9, misma que a su decir tomó en una piscina, sin consulta a sus compañeros y, se entendería, tampoco a Cuauhtémoc, quien se encontraba en Brasil.

Incluso se puede compartir la visión que presentó para reposicionar electoral y políticamente al PRD y que en buena medida lo logró, por supuesto que sin cumplir los compromisos, o muy cerca de ellos, que ella misma se autoimpuso como soga al cuello.

También son rescatables sus ideas sobre política, partido, liderazgo y ética, e incluso el vigor con el que se defendió sobre los señalamientos de «crisis financiera» para eludir la balance del instituto político.

Es un discurso valiente pero incompleto. Bajo el argumento de «ir a las cuestiones de fondo», Rosario elude mencionar con nombre y apellidos a los dirigentes que tienen «secuestrado» al de la Revolución Democrática. Escribo «secuestrado» porque ella misma plantea «devolver al PRD a sus militantes».

Pero donde la autenticidad y pertinencia política, la valentía y visión ética dan paso al malabarismo político o la simulación que tanto detesta, es a la hora de incluir al final de su pieza oratoria un solo agradecimiento y reconocimiento personales.

«A Cuauhtémoc Cárdenas quiero refrendarle mi lealtad y mi afecto. Este gran proyecto democrático es impensable sin su pensamiento y su obra que hoy siguen siendo extraordinariamente vigentes». Y enseguida «A todos los compañeros…»

Naturalmente que es de mujeres y hombres bien nacidos la aptitud para agradecer a quienes nos apoyan en la consecución de las metas que nos proponemos.

Y Rosario es inconcebible en la Secretaría de Gobierno y la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, así como en la presidencia del PRD sin el apoyo decidido de Cárdenas, quien incluso optó por dejar de ser el líder moral del todo para mutarse en dirigente de una parte, la Rosca, una corriente que llevó a la Robles a encabezar al partido que aquél fundó.

A tal apoyo sólo corresponde el agradecimiento discursivo a la hora de entregar el mando a Leonel Godoy, hombre de todas las confianzas del ingeniero, tanto que un buen día renunció a la Secretaría de Seguridad Pública del DF pese a que en privado juraba y perjuraba que no se iría a Michoacán a respaldar desde la Secretaría de Gobierno a Lázaro Cárdenas Batel.

Las lealtades de Godoy y Robles tienen el mismo depositario. Sólo que la segunda creció mucho política e institucionalmente. Y el liderazgo que fue forjando le exigía mayores espacios de autonomía y capacidad de decisión colegiada e individual.

Este crecimiento la condujo a tomar distancias naturales del coloquialmente denominado ingeniero. Y el primer círculo de éste le aplicaba a Rosario severos adjetivos políticos y personales. Más ofensivos conforme más y mejor se tejiera su relación partidista y grupal con Andrés Manuel López Obrador.

Con la renuncia en la mano, Robles declara su lealtad al mismo personaje que todo indica la llevó al fin de su liderazgo institucional partidista. Y Cárdenas Solórzano vuelve por sus fueros al partido con el que pretende, muy tardíamente por cierto, aspirar por cuarta vez a la Presidencia de la República.

* Director de la Revista Forum, [email protected]

2003/EI/MEL

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