Inicio Evo y Michelle: ¿Indios y mujeres al poder?

Evo y Michelle: ¿Indios y mujeres al poder?

Por Sonia Montaño V.

La elección de Michelle Bachelet en Chile, el pasado 15 de enero, y hace un mes, la de Evo Morales en Bolivia, son, desde el punto de vista simbólico, expresiones de profundos cambios en la cultura democrática de la región. Ella, porque quiebra la cultura patriarcal de una sociedad con fuerte influencia religiosa; él, porque rompe con el racismo abierto y soterrado que caracteriza la vida política boliviana.

Bolivia y Chile bailaron en las calles luego de las elecciones, celebrando no sólo el giro a la izquierda de la política regional, sino la irrupción democrática de expresiones originales de las políticas de la identidad.

Morales representa a los indígenas en el sentido de que en él se proyectan los indígenas de la región. Morales es más que el presidente de los bolivianos: es el símbolo de una vasta diversidad de pueblos y culturas y en él se depositan todavía las esperanzas de quienes difícilmente han tenido acceso al poder en la región. De igual manera, Bachelet encarna el gobierno de las mujeres, informa la Red Bolivia.

Y es que ambos, mujeres e indígenas, como expresiones de grupos sociales discriminados no existen en plural. El indio equivale a los indios y la mujer a las mujeres. Su elección, todavía de excepcionalidad, los coloca en la mira de una sociedad sorprendida con sus propias elecciones; una sociedad que los eligió porque encontró que ellos forman parte de la parte oculta y deseada de identidades oprimidas, pero no vencidas, como dice la socióloga Silvia Rivera.

En ambos países, las élites políticas han resistido la diversidad suplantando las políticas de igualdad por la homogenización y, en un estilo heredado de la colonia, han abolido todas las diferencias. El lugar del «otro» es ocupado por los indígenas y las mujeres, quienes, además, son invisibilizadas por el uso del genérico masculino. Tuvimos que transitar el camino de las democracias posdictatoriales para que se revalorizaran el voto y los derechos civiles y para que, por otro lado, afloraran las insuficiencias de los sistemas de partidos para agregar las demandas sociales.

RECUPERAN LA PLAZA CIUDADANA

Mujeres e indios comparten trayectorias similares en la conquista de la ciudadanía. Ambos conquistaron el derecho a voto mucho después que los hombres blancos y letrados, y cuando lo hicieron tuvieron que esperar mucho tiempo para ser electos, lo que en Bolivia se conoció peyorativamente como «voto campesino» en alusión al voto manipulado que beneficiaba a las élites políticas.

El mito de las mujeres como especialmente devotas de la derecha, faltas de conciencia política e incapaces para gobernar se extendió a los indígenas, de quienes también se suponía que no estaban suficientemente dotados para gobernar. Al principio fue por analfabetos y luego por todo lo contrario. La élite política recurrió a los estereotipos justificando las ausencias, porque los unos habían nacido para servir como trabajadores manuales y las otras como cuidadoras naturales de la familia.

Mujeres e indígenas comparten también las luchas por legitimar sus derechos frente a estructuras políticas fundadas en criterios de clase o nociones de ciudadanía excluyentes. Para indígenas y mujeres la educación fue el capital mas valioso, porque gracias a ella, o mas bien a pesar de ella, surgieron élites aymaras, quechuas e intelectuales feministas capaces de articular propuestas, formular agendas y abanderar procesos que en este nuevo siglo han abierto sendas para el reconocimiento de la diversidad cultural y de género en el contexto de democracias respetuosas de la diferencia.

CAMINOS RECORRIDOS

Mujeres e indígenas de ambos países recorrieron caminos donde se combinaron momentos de construcción institucional dentro de los límites del Estado; de allí surgieron Ministerios de Asuntos Indígenas y Ministerios de la Mujer desde donde se desarrollaron importantes aprendizajes en cuanto a la gestión y el control ciudadano de las políticas públicas.

Mujeres e indígenas también se enfrentaron al Estado, a sus leyes y procedimientos, pero precisamente en este ámbito ambos movimientos sociales mostraron aspectos específicos de la cultura política que naturaliza conductas propias de mujeres y hombres. Los indígenas, mayoritariamente liderados por varones, echaron mano de acciones y una retórica más jerárquicas: las palabras y las formas se alimentaron de estilos mas cercanos a una cultura militar y, a ratos, hasta totalitaria, donde la disidencia en política se ve como traición.

En Chile Bachelet le ha dado una impronta afectiva a su mandato vinculando la vida privada con la política, integrando en su agenda de estabilidad macroeconómica e igualdad social aspectos imprescindibles de calidad de vida en la familia y en las relaciones interpersonales. A Morales lo acompaña la multitud; a Bachelet, la ciudadanía. Morales es protagonista de la revuelta; Bachelet, de la reconciliación.

Ambos arriesgan el desarrollo de políticas de la identidad que suponen erróneamente que la historia es un destino ligado a la condición biológica. El feminismo cuenta, en ese sentido, con un amplio bagaje conceptual y político que critica el esencialismo filosófico y el fundamentalismo político.

Mujeres e indios podrán cambiar la historia mientras en su accionar político se despojen de todas las servidumbres, incluida la sumisión a la tradición y la cultura, y trasciendan la representación de sus identidades llegando a realizar acciones sustantivas para todas y todos. Deberán gobernar tomando las mejores decisiones; sus pueblos tendrán que reconocer, a su vez, que los eligieron no porque sean iguales a ellas y ellos, sino porque eran la mejor opción.

06/YT

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