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En todos los ámbitos las mujeres han tenido que hacer valer su derecho

Por la Redacción

En todos los ámbitos de la vida social, las mujeres han tenido que hacer valer su derecho a participar y la política no es la excepción, afirmó Ivone Acuña Murillo, académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana.

En la cultura política mexicana, afirma la catedrática, las mujeres siguen siendo vistas como incapaces para participar «adecuadamente» en política, como un adorno, un agregado, un ser frágil al que hay que proteger o en su caso «tolerar».

Unos cuantos datos sirven para ejemplificar dicha situación y dar idea de su escasa o nula participación en algunos ámbitos, en 1996 había 85 mujeres presidiendo ayuntamientos de los 2,412 contabilizados, esto es 3.4%.

Asimismo en la Comunidad de Santiago Yaveo, Oaxaca, rechazaron en noviembre de 2001, la participación de las mujeres en elecciones municipales; en noviembre del año 2004 sólo fueron postuladas 8 candidatas para 126 ayuntamientos de Sinaloa.

Esto contrasta con el hecho de que el 12 de febrero de este año en Hidalgo las mujeres votaron mayoritariamente en las elecciones para gobernador.

Por siglos se argumentó que «por naturaleza» las mujeres eran incapaces de actuar en política. En el pensamiento aristotélico, por ejemplo, las mujeres quedan reducidas a «idiotas», que en griego significaba «aquellas personas que no participan en la polis» o personas privadas que no son totalmente racionales y sólo poseen una virtud limitada, apropiada únicamente para el control de sí mismas, pero insuficiente para el desenvolvimiento en el espacio público, por lo que una mujer jamás sería una buena ciudadana.

Juan Jacobo Rousseau retomó las ideas de Aristóteles, pero fue más allá que éste al afirmar que las mujeres eran una amenaza para el orden político, por lo que tenían que ser excluidas del mundo público.

Sostenía que ellas eran una fuente de desorden porque su ser, o su naturaleza era tal que las llevaba a ejercer una influencia desorganizadora en la vida social y política; tenían un desorden en su propio centro el cual podía provocar la destrucción del Estado.

Después de Rousseau, tuvieron que pasar más de dos siglos para que, a partir de la década de los setenta del siglo XX, algunas teóricas feministas cuestionaran y desarticularan dichos argumentos, llegando a la conclusión, de que no está en la naturaleza femenina esa supuesta incapacidad para participar en política, sino en la forma en que la política está estructurada lo que no permite la participación de las mujeres.

Esto es, que sus valores, normas, reglas, horarios, etcétera fueron organizados «para hombres» con las características, posibilidades y el tiempo suficiente para actuar en la vida pública.

Pero, aún antes de que dichas teóricas echaran abajo los argumentos que justificaban la exclusión política femenina miles de mujeres en diversos países del mundo, desde el siglo XIX, iniciaron la lucha que concluyó finalmente con el reconocimiento de sus derechos políticos.

Vale la pena mencionar al Movimiento Sufragista, nacido en Estados Unidos a raíz de la Convención de Seneca Falls, realizada los días 19 y 20 de julio de 1848. Entre los países que se unieron a este movimiento se encuentra Inglaterra donde mujeres como Emmeline Pankhurst y sus hijas Christabel y Silvia, se distinguieron por ser de las sufragistas más activas y valientes de Inglaterra. México, por supuesto, no fue la excepción.

Rita Cetina Gutiérrez, poetisa y maestra inició, en 1870, un incipiente movimiento feminista en Mérida, Yucatán apoyada por algunas profesoras fundó una de las primeras sociedades feministas del país, «La Siempreviva».

El trabajo de mujeres como Rita Cetina y el apoyo que los gobernadores Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto, hicieron posible que Rosa Torres, quien tomó parte en el Primer Congreso Feminista de Yucatán realizado en 1916, fuera la primera mujer en la historia de México en ocupar un cargo de elección popular, como presidenta del Concejo Municipal de Mérida.

Unos años antes, en mayo de 1911, centenares de mujeres firmaron una carta dirigida al presidente interino Francisco León De la Barra, reclamando su derecho al voto, argumentando, que en la Constitución de 1857 no se hacía mención alguna sobre el sexo de los votantes.

Sin embargo, fue hasta 1946, que Miguel Alemán Valdés, presidente de la República, «otorgó» a las mujeres el derecho a voto a nivel municipal. Más adelante, en 1953, también como una «concesión» Adolfo Ruiz Cortines, presidente en turno, reconoce a las mujeres el derecho a votar a nivel federal.

Ahora, el hecho de que las mujeres en México ya pueden elegir y ser elegidas, y que en las últimas décadas ha habido avances importantes pues muchas han podido acceder a las más altas esferas del poder y participar en la toma de decisiones como secretarias de Estado, gobernadoras, legisladoras, dirigentes de partido, etc., todavía se dan casos de discriminación, de intolerancia y falta de respeto por el trabajo político femenino.

Esto significa, que los argumentos que justificaron la exclusión política de las mujeres en la Grecia clásica y la Ilustración no están sólo en la mente de pensadores tan brillantes como Aristóteles y Rousseau sino que son, aún hoy, materia común en el mundo de la política.

Basta recordar aquella frase de «el viejerío a su casa», expresada por el senador Diego Fernández de Cevallos, con la que a fines de la década de los noventa se refirió al lugar que las mujeres deberían ocupar.

Es difícil, dijo, cambiar una mentalidad sostenida durante siglos, en la cual las mujeres han sido vistas como no «aptas para la política», aunque muchas han dado muestras de lo contrario. Esto no significa desestimar lo ganado sino recordar que aún falta mucho por hacer para lograr una plena participación política femenina.

2005/LM/LR

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