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El teatro, una herramienta de sanación para víctimas de violencia sexual en Guatemala

Por Anayeli García Martínez
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En el escenario una mujer menuda y mayor está sentada sobre una caja de madera, canta con una voz tenue en un idioma que nadie reconoce, permanece casi inmóvil, con las manos sobre las rodillas, viendo a la nada, como si no existiera el público. Decenas de mujeres observan su rostro marcado por los surcos de los años.

Ella tiene 74 años, es indígena guatemalteca, hablante de mam y sobreviviente de la guerra civil que se desató entre 1960 y 1996 en aquel país centroamericano. En la década de los años ochenta los grupos armados asesinaron a su esposo y a sus hijos, a ella la violaron y la dejaron abandonada en el monte. Imaginó que moriría, pero no, resistió.

Se mantuvo viva, tan activa que ahora es parte de “Colectiva actoras de cambio”, una organización civil feminista que impulsa procesos de sanación para las mujeres que han sido víctimas de violencia sexual y que además las incita a hacer teatro, la mejor forma que encontraron para narrar la violencia sexual durante el conflicto armado.

La Colectiva decidió apropiarse de las artes escénicas como estrategia para mantener la memoria, una decisión que asumieron después de preguntarse ¿cómo contar los estragos de la guerra, cómo y para qué explicar que fueron humilladas, golpeadas y violadas una y otra vez hasta desmayar; cómo decirles a quienes no hablan mam, quiche u otra lengua?

“La abuelita”, como le dicen sus compañeras, recorre el escenario, dice sus diálogos en su lengua, en una escena canta, en otra se lamenta y en una más su cuerpo se arroja desde unos cubos de madera que representan los montes. En ese instante un golpe seco se escucha y una combinación de llanto y aplausos del público simbolizó el cierre del telón.

Ella participó en la puesta en escena “La mujer montaña”, una obra de teatro donde más que actuar, revive. Junto con ella participan siete mujeres más, todas sobrevivientes de violación o violencia sexual en el departamento de Huehuetenango, en Guatemala, donde fueron violentadas.

“La abuelita” es la mayor de edad y la más joven tiene 22 años. La obra está representada en mam, la lengua que hablan las actoras; y pese a que el público es en su mayoría hablante de español puede hilar la historia, puede encontrar en cada escena sentido, ver las plantas, ver el jaguar y ver el espanto.

“En el corazón de la montaña se reúnen casualmente varias mujeres que vienen huyendo de sus historias aunque aún traen a cuestas una parte significativa de éstas. Allí encuentran a ´la niña espanto´ quien las guiará humildemente hasta una cueva sagrada a la que caerán sin darse cuenta… Lo que descubren, transformará sus vidas”, reza la reseña de la obra.

Este montaje se presentó en el “Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan”, una reunión organizada por la Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que congregó a unas cinco mil asistentes y a las dos mil zapatistas anfitrionas, quienes se dieron cita en Chiapas del 8 al 10 de marzo.

Como parte de las actividades culturales la “Colectiva actoras de cambio” presentó su obra frente a decenas de mujeres de todo el mundo en el Caracol de Morelia “Torbellino de nuestras palabras”, territorio zapatista donde se realizó el «Encuentro de Mujeres que Luchan”.

Al término de la obra y con ayuda de una traductora “La abuelita”  respondió preguntas de las mujeres del público: «A principios yo estaba en mi casa, mataron a mi familia y a mi esposo. Me imaginé que me iba a morir y que estaba sola, que nadie me podía acompañar. Llegaron compañeras de Huhuetenango: Vamos, sé que fuiste violada pero vamos a luchar juntas», dijo.

Enfrentó su miedo y después de un proceso colectivo para sanar, se introdujo en esta obra que se montó y se produjo en un año y medio. Todo, desde el vestuario hasta la utilería, simbolizan su cultura, sus montes y sus tradiciones. Además cada escena es su historia, la de ella y sus compañeras, por eso sus rostros y sus gestos no dejan de transmitir emociones.  

Nos costó mucho hacer esta obra pero nos sentimos muy bien, cuenta una de las actoras. 

Josefa Lorenzo, es parte de las mujeres que actúan. Ella habla mam y español, tiene una voz fuerte que inunda el espacio pero además desde hace varios años se ha involucrado en los procesos organizativos de las comunidades indígenas, ya es una líder, por eso es quien toma el micrófono a la hora de participar en los conversatorios.  

En 1995 Josefa estaba en Huhuetenango, allí esperaba un camión pero ya era tarde y no había transporte. Llegó un hombre en un carro y se ofreció a llevarla. Él la violó. La experiencia no es fácil de narrar. “Se me iba la voz, no podía hablar, estaba muy enferma”. Logró vivir con la violencia hasta que llegó con la Colectiva, fundada en 2003 por Yolanda Aguilar y Amandine Fulchiron.

“Las actoras de cambio tuvimos una constelación y volví a encontrar a ese tipo y me puse bien mal cuando lo vi, se me fue la voz, hice las limpias pero yo no tenía fuerza para hablar, para hacer nada. Yo les dije: ese tipo me violó”.

Antes de participar en una obra las mujeres pasan por un proceso de sanación, de sacar las emociones, romper el silencio, quitarse la culpa y recuperar la fuerza para hablar y pararse en el escenario, para contar, con sus actuaciones, lo que vivieron en el conflicto armado. Historias que salieron a la luz nuevamente entre 2013 y 2016 con el juicio contra del ex dictador guatemalteco Efraín Ríos Montt y otros mandos militares.

“Justamente con las compañeras que nos apoyaron en todo el proceso de sanación, con plantas, el temazcal, masajes, nos hablamos, nos enseñaron a sacar la voz, el poder interior, solo era importante el primer paso, que no tenemos miedo, que podíamos vencer el miedo”, explicó Josefa a Cimacnoticias.

Sobrevivieron, dicen, para contar que en Guatemala hubo una guerra interna, que muchas mujeres murieron, que muchas fueron violadas y que ellas siguen padeciendo las consecuencias de esos enfrentamientos que muchas no conocen porque ser mujer de la ciudad es diferente a ser mujeres de las montañas.

El teatro también les ha servido para dejar esa carga que representan las críticas, los estereotipos, las dificultades, por eso al finalizar la obra las actoras cargan costales de hojas y las arrojan, las entierran como si en la plataforma hubiera de verdad tierra para luego vivir y estar en lucha. Sólo así logran reconstruirse después de cada representación, porque saben que la cárcel para sus verdugos nunca será una reparación.

18/AGM/LGL

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