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Bogotá, el último bastión de la política de género

Por la Redacción

La foto de familia de la plana mayor de Bogotá es el retrato de una aspiración social: 20 mujeres ocupan, desde hace un mes, un espacio de poder local en el país.

Son las representantes directas del 56 por ciento de la población bogotana; algo más de tres millones y medio de mujeres que pueden al fin echar cuentas con la historia al contar con un pleno consistorial copado por rostros de mujer.

En Colombia han sido los últimos en sumarse a esta aparente necesidad política: la inclusión de mujeres en cargos municipales. Su núcleo triunfalista, una veintena de recién nombradas alcaldesas, corrobora también que aún persiste la invisibilidad de género, señala el portal Canal Solidario.

Vivimos en un tiempo en el que el anuncio de un gobierno paritario en Occidente sigue generando alborozo en la clase política; en el que repartir las carteras ministeriales en un ‘fifty-fifty’ se vende como un garante de lo políticamente correcto. Es en este marco donde sorprende la necesaria imposición de una ‘ley de cuotas’, como la colombiana.

Luis Eduardo Garzón, alcalde de Bogotá por el Polo Democrático Independiente, y autodefinido en su momento como «candidato anti sistema» y «anti uribista» de la Nueva Izquierda, ha ido mucho más allá dando forma a lo que se ha dado en llamar el ‘Matriarcado de Lucho’.

Nunca, desde que fueron creadas con la Constitución de 1991, las Juntas Administradoras Locales habían tenido tanta visibilidad.

NO VIOLÉ LA MERITOCRACIA, SINO EL MACHISMO

El 31 de julio, las cadenas colombianas daban paso al reality show. Ante las cámaras de televisión, Lucho Garzón cumplía con el sistema de cuotas al elegir a 20 mujeres para representar su correspondiente número de alcaldías menores.

El proceso de selección iniciado en abril, con un cupo que superaba el millar de aspirantes de ambos sexos, terminaba así con una apuesta clara por la discriminación positiva y la declaración del alcalde: «No violé la meritocracia, sino el machismo».

Este viraje causó estragos entre los círculos más conservadores; algunos incluso se lanzaron al mensaje-protesta vía e-mail, mientras voces feministas enfriaban el ambiente con profecías desalentadoras: «¡Tranquilícense! Eso no va a cambiar la cultura política de este país».

Y es que el Movimiento de Mujeres de Colombia tiene abiertos varios frentes. El pasado mes de agosto celebraban el 50 aniversario de la consagración del voto femenino en su país, donde todavía persisten dificultades para gozar de una ciudadanía plena (el Congreso sólo cuenta con 26 parlamentarias de un cómputo de 350; una situación similar a la de las alcaldías, con sólo un 10 por ciento en manos de mujeres).

Por si esto fuera poco, a las que consiguen el cargo se les repasa el curriculum para dejar constancia de que, si llegaron tan lejos, es porque ellas lo valen. Al menos, en cuestión de méritos, las 20 alcaldesas bogotanas están avaladas: hay ocho abogadas, tres contables, una ingeniera industrial, una historiadora, una ingeniera ambiental, una politóloga y una socióloga.

CATADORAS Y GLOTONES DE LA TARTA DE PODER

¿Es posible contabilizar el poder en porciones? Lo cierto es que existe un llamado «techo de cristal» que sólo logran atravesar unas pocas.

En enero de 2000, al empezar su mandato, el entonces alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, nombró a 19 mujeres dentro de su más cercano equipo de colaboradores. Y dos años y medio después, el presidente de la República, Álvaro Uribe, sorprendía a los ‘gabinetólogos’ al incluir en su equipo titular a seis mujeres, después de dos décadas sin un gesto similar.

En la actualidad, mientras las mujeres indígenas continúan en Colombia su carrera de fondo contra la vulneración de su derecho a participar y tomar decisiones en las instancias estatales, en las altas esferas algunas consiguen abrirse paso.

Clara Inés Vargas es la única mujer en la Corte Constitucional y la primera en ocupar esa alta posición; y Piedad Córdoba se ha hecho con un respetable seis por ciento de la intención del voto a las presidenciales de 2006.

Es precisamente esta cercanía de elecciones generales lo que ha levantado más ampollas entre los críticos acérrimos a la medida de Lucho Garzón. Las 20 alcaldesas se han convertido de repente en un trozo suculento del pastel: el ingrediente estrella para captar la atención mediática y la guinda para hacerse con el fervor popular.

Puestos a atragantarse los defensores y los detractores del matriarcado bogotano, son ahora estas 20 mujeres las que ocupan un poder local notorio en el país. Y son ellas, en última instancia, las que deberán dejar claro que no son un experimento.

Son el último bastión en sumarse a la lucha mundial por conseguir una igualdad de sexos plena para que llegue el día en que «Bogotá, la ciudad de las mujeres» ya no se considere noticia.

2005/BO/SJ

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