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Marchan miles de jornaleras en defensa de sus derechos

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Al primer claro de la mañana, habitantes de más de 30 comunidades indígenas de Ensenada bajaron a la carretera transpeninsular que atraviesa este valle bajacaliforniano, un camino de al menos 100 kilómetros que en cuestión de horas quedaría parcialmente paralizado por la protesta más grande que se ha registrado en la región.
 
La marcha, que a las 10 de la mañana sitió el Centro de Gobierno de San Quintín, trajo en sus olas a miles de jornaleras y jornaleros  del sur y del norte del Valle de San Quintín, paralelo con el Océano Pacífico.
 
Y es que por primera vez en 40 años –desde que la zona se pobló de migrantes en busca de empleo en el campo–, el pueblo de San Quintín espera a legisladores, funcionarios federales y del gobierno estatal (encabezado por el gobernador Francisco Vega de Lamadrid), para discutir con líderes jornaleros la mejora de sus condiciones laborales.
 
LOS CAMPOS ESTÁN QUIETOS
 
A las siete de la mañana, las decenas de personas que salieron a pie desde las tres de la madrugada de las comunidades más lejanas del lado norte se unieron con la comunidad triqui de la delegación Vicente Guerrero, a 40 minutos en dirección hacia el sur.
 
Se hicieron miles y se formó una marcha multitudinaria como nunca se había visto aquí, según narraron sorprendidas las y los habitantes.
 
Al frente, decenas de mujeres con huipiles, listones y huaraches exigían en su lengua originaria y en español que “al pueblo se le dé justicia”.
 
La marcha, pacífica, se apropió de una parte de la carretera. Los coches particulares y el transporte público les abrieron paso y se pasaron a los caminos de terracería.
 
A las mujeres triquis se les unieron el resto de las comunidades mixtecas, zapotecas y purépechas; gente originaria de distintas entidades del país dispuestas a organizarse para que este 24 de abril pase a la historia como “el día de las y los jornaleros”.
 
La vanguardia de la marcha –de la que nacía la voz que animaba al movimiento– crecía en cada esquina en la que se unían más personas.
 
Las y los vecinos de las comunidades de San Fernando y San Francisco, principalmente de origen mixteco, desde una hora atrás salieron al pie de la carretera a esperar, colgaron sus mantas, sacaron sus guitarras y empezaron la protesta.
 
Hoy nadie fue a trabajar; los ranchos pararon y los camiones que transportan personal se solidarizaron con el movimiento. “Sin nosotros no pueden”, soltó de pronto la indígena jornalera María Morales mientras miraba los campos quietos.
 
La muchedumbre caminó más de tres horas con un viento por el que volaban gaviotas. Del lado norte se reunieron más de 10 mil personas.
 
Desde el monte más alto a la orilla de la carretera irregular no se veía el principio ni el final de toda la marcha que avanzaba mientras se bañaba de polvo.
 
Del lado izquierdo del camino, libre para el paso de vehículos, pasaban patrullas de los tres órdenes de gobierno y un camión con militares; en cambio, no pasaron ambulancias ni observadores de la Comisión de Derechos Humanos de la entidad.
 
Mientras, un montón de vehículos particulares nunca abandonaron la protesta y pasaron las tres horas de recorrido ofreciendo agua y espacio para “cargar a quien se canse”.
 
Algunas mujeres organizaban exitosamente a la multitud para que no respondiera a “provocadores” –presuntamente pagados por “rancheros”– que insistían en ofender al movimiento; en tanto, otros jóvenes usaban silbatos para alertar cuando la marcha se salía del carril.
 
Una maestra indígena a bordo de un coche animaba con un megáfono y recordaba a las mujeres que esta lucha es para que ellas tengan mejores condiciones de salud, tengan dónde dejar a sus hijos y que ya no sean acosadas.
 
“¡Qué nos vamos a cansar!”, reviró Rita , jornalera de 43 años que padece hipertensión. “A diario caminamos ocho y hasta 12 horas, dando vueltas y vueltas todo el día para sacar la tarea”, explicó. “Además esto sólo es hoy para que por siempre ganemos más”.
 
Al pasar frente a Driacols –empresa estadounidense que produce mora y fresa–, las y los manifestantes agitaron banderas de México. “Están en nuestro país, en nuestro campo y la tierra es de quien la trabaja”, recriminaron las jornaleras.
 
Ya en las cercanías del Centro de Gobierno, los policías del municipio –ausentes durante la marcha– armaron vallas frente a los comercios para proteger “la propiedad privada”.
 
“Que mejor se vengan porque desde ahí no van a ganar nada, esta lucha es por todos”, convocaron las y los trabajadores a los pobladores que sólo veían el paso de la megamanifestación.
 
“Hoy es cuando”, “vienen de la Organización Internacional del Trabajo, que son más importantes que este gobierno”, decían las líderes a la población del Valle.
 
ENCUENTRO DE MARCHAS
 
Durante el camino, nuevas comunidades y nuevas demandas se sumaban a la marcha: “Que no haya discriminación para los indígenas”, “que se trate bien a los mayores que trabajan el campo”, “que nos den seguro a todos”, y “que se vaya Kiko Vega”, se leía en las pancartas.
 
Y después de miles de pasos y tres horas, la marcha del norte se encontró a la del sur frente al Centro de Gobierno. “No creía (el gobierno estatal) que iban a venir tantas personas, pero nosotros sí nos preparamos”, explicó una presidenta de comunidad.
 
Y recordó que toda la semana los líderes vocearon y se llevaron a cabo asambleas para convencer a las comunidades que no tuvieran miedo de las amenazas de sus patrones y “mayordomos”, de que no iban a tener trabajo si insistían en exigir sus derechos.
 
Ambas marchas se encontraron entre aplausos e iniciaron un mitin para escuchar a las y los líderes, a las organizaciones civiles que están apoyando, y hasta un pequeño agricultor que sin contar con una gran infraestructura paga 200 pesos como mínimo a todo su personal.
 
Lucila Hernández, que representa la voz de las mujeres, tomó el micrófono y pidió a todas las trabajadoras que mantengan la fuerza porque hoy habrán de definirse muchas cosas y es el momento “de empujar con todo”.
 
Los miles de personas, congregadas frente al gobierno del Valle, no se disiparon en cuanto llegaron a su destino. Desconocen a qué hora se habrá de “negociar” con el gobierno, pero así sea la madrugada –advirtieron– no habrán de moverse hasta que todos estén de acuerdo.
 
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