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Revistas y libros usados, un medio de vida para Guadalupe

Por Livia Díaz/corresponsal

No sabe aún la ciencia por qué se degeneran los músculos. Comienza en la infancia. Es un mal hereditario que tiene el hijo de María Guadalupe Hernández Pérez, vendedora de revistas y libros usados, y que «acabó con su alegría de caminar.»

María Guadalupe vende libros y revistas para sacar adelante a su familia. Pero la desgracia no sólo llegó a su casa afectando a su hijo, también a su marido, padrastro de sus tres hijos, quien se encuentra mal, «padece insuficiencia renal y lo tienen que dializar.»

La mujer conversa mientras su hija, de unos once años, con curiosidad pregunta por qué y para qué sirve que su madre sea entrevistada. Le contesto que merece ser reconocida, apoyada y respaldada por los demás.

Una señora que miraba los libros y nos escuchaba atenta le preguntó si acepta que le regale unos cuantos.

De la venta de estos libros, María Guadalupe ganará 10 ó 15 pesos. Con eso poco a poco paga lo necesario para la manutención, además debe hacerle frente, entre otras cosas, a los viajes del niño hacia el Hospital General de México, en donde regularmente lo llevan a sus revisiones.

La enfermedad le impide caminar, pero no estudiar. Sobre una silla de ruedas asiste, cuando no se siente muy mal, a la escuela Benito Juárez.

La familia vive en la «Petro» y todos estudian. La madre viene a trabajar y la ayudan, mientras en casa su «esposo y el niño se atienden, y se cuidan el uno al otro.»

Ella separa las páginas de un libro. Es uno de varias docenas que le acaba de traer un damnificado de las inundaciones y que pega con resistol. Con cuidado acomoda portada, canto y lomo. Lo acondiciona para que tenga buen ver.

«A mi hijo se le acabó su alegría de caminar; le dio distrofia muscular de Duchenne», y este lunes «se siente mal, por eso no vino», dice.

Su puesto ambulante está al lado de la tienda La Parisina, en el centro de la ciudad, desde hace como 10 años.

Por eso tiene experiencia, ya conoce los libros. Le preguntan por ediciones de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, que los da «a 30 pesos», le preguntan también por «la segunda parte de Pregúntale a Cris», «que ya mero le llega»; por el costo de la novela A calzón quitado, de Irma Serrano (la Tigresa). «Esa es de a 100 pesos, dice, pero esos son de primera, no son míos, son de una biblioteca, me los dan a vender».

También «son de otro precio» otros libros, como uno de Gabriel García Márquez que vale 100 pesos, «pero se lo rebajo a 90 pesos», le ofrece al cliente. En tanto, tuvo que dejar ir a un cliente que le echó el ojo a un buen tomo de la enciclopedia Salvat del Mundo Animal, porque están remojados «no sirven.»

El hombre que quería estos libros se queda viendo ala vendedora largo rato, quizá piensa que no quiere venderle y pretextó que no servía el libro. Pero las páginas están pegadas, se advierten los hongos del canto. Igual en deterioro están los ejemplares de la enciclopedia Jurídica y otras maravillas «que son de los ricos. Los trae un señor que se dedica a las pepenas de las casas, levantar lo que ya andan tirando los ricos».

MANITA DE GATO

Adquiere pegamento «resistol» del que venden suelto en la tienda Comex y repara los libros. Los que le trajo «un señor son buenos», pero no pudo venderlos todos. Muchos se irán a la basura porque tienen hongos y están estropeados por el agua. «Ya son maltratados, ya son de segunda y baja su precio», dice.

Y explica, «me dedico a esto porque no tengo otro oficio. Además mi niño y marido son discapacitados y si tengo que correr a la casa, es un trabajo que me da oportunidad de irme».

En cambio, si trabajara en el servicio doméstico, como hacía antes, tendría que pedir permisos «y a las patronas no les gusta eso».

Cuando su hermana lleva al niño a la Ciudad de México a sus revisiones, tiene que juntar para el viaje, pero ya con «mi gente estamos bien organizados y juntamos pidiendo limosnas para irnos. Pero aún así a veces no se puede. A veces va, a veces no», expone.

María Guadalupe cuenta con una beca Oportunidades para el estudio de su hija, le dan 800 pesos por bimestre y así «se ayuda.» De las revistas de cambio saca «50 centavos.»

Un joven pide el cambio de cinco ejemplares. Ella los revisa a ver «cuántos están nuevecitos» y «sale, aunque sea para tortillas y frijoles. Veo los cuentos Sentimental, Mercados, Vaquero, Colegial, Jazmín…»

«Mi gente –dice refiriéndose a su clientela fija– ya me conoce y me siguen. Antes estaba en la calle de la ‘Opi’, luego en el parque y me quitaron. Pero fui a ver al doctor Pablo y le escribí una carta diciéndole mi situación y me dieron permiso. Eso sí, tengo que dejar limpiecito».

Por el derecho del piso paga 10 pesos diarios, además invierte en sus alimentos y pasajes. Con lo que saca de este negocio «se ayudan entre todos».

Toma otro libro, ahora le toca reparar «El poder mental», se lo muestra a la niña que está entregada a la lectura de una edición remojada La Cenicienta –que alguna vez fue de pasta gruesa y hermosas láminas de papel cuché– en versión de Disney.

Cuando la cambiaron de sitio, le dieron a escoger si «en el Bancomer o en la tienda de telas», decidió por la segunda porque ahí hacen parada los autobuses. Sus ventas no bajaron porque «mi gente es de años y siempre vienen a buscarme».

08/LD/GG/CV

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